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Kim Philby – El Espía del Siglo / Pág. 68

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Transcripción

[Esta misión cambió el futuro del agente británico. Enamorado de Arabia, Philby se hizo musulmán y] fue el principal asesor de Ibn Saud en el enfrentamiento de éste con los ingleses a raíz del acuerdo secreto de Sykes-Picot, en el que, olvidándose de las promesas de autonomía árabe, Francia e Inglaterra se repartían Oriente Medio.

Desde ese instante, St. John convirtió a Gran Bretaña en su enemiga y echó raíces en Arabia, donde se dedicó a los negocios por cuenta de intereses norteamericanos y a una prolífica labor como geógrafo y naturalista de gran prestigio.

Cuando murió en 1960, en brazos de su hijo Kim, éste inscribió en su lápida, "El más grande de todos los exploradores".

La naturaleza de las misiones emprendidas por St. John desde 1914 y su posterior conversión al Islam, casándose con una esclava negra, le impidieron vivir dos años seguidos con su hijo Harold, apodado Kim en recuerdo al personaje de Kipling.

Kim pasó su niñez en Inglaterra y sólo veía a su padre en las visitas esporádicas que éste realizó al Reino Unido. Pero su aureola de héroe y heterodoxo del Imperio acompañó siempre al joven Philby e influyó, sin duda, en su carrera.

Al igual que su padre, Kim estudió en el Colegio de Westminster, junto a la abadía, en compañía de la flor y nata del Imperio. Antes de cumplir dieciocho años, pasó al Trinity College, en Cambridge, donde también había estudiado su padre.

Kim pretendía simplemente obtener el diploma en Historia que le permitiría presentarse a los exámenes de ingres en la Administración Civil. Pero el ambiente intelectual izquierdista del Trinity le transformó en un revolucionario en potencia.

Para entender por qué surgieron de Cambridge y Oxford —de donde se educaban la aristocracia y las clases dirigentes del Imperio— una pléyade de espías intelectuales marxistas y líderes comunistas hay que analizar la situación en Gran Bretaña y en los países industrializados en los días de la Gran Depresión.

Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña sumaban más de veinte millones de parados. Las ciudades industriales inglesas constituían verdaderos depósitos de mendigos hambrientos y mientras parecía agotado el modelo de la sociedad capitalista, la Unión Soviética, indemne a la crisis, seguía creciendo vertiginosamente.

Si unimos a esto la libertad de expresión vigente en las universidades inglesas, el resultado no es otro que la proliferación del marxismo en las mismas. Y como el establishment británico se mostraba cómplice del creciente poderío nazi y fascista en la esperanza de que fueran verdugos del comunismo, y en esta política llegaron a participar los laboristas, nada tiene de extraño que buen número de intelectuales se tornaran revolucionarios antes que marxistas y se convirtieran en firmes partidarios de la Unión Soviética frente a su propia patria.

No se ha hecho aun la historia de los espías soviéticos que salieron en este tiempo de las aulas de Cambridge y Oxford. El establishment se ha cuidado de ocultarla y sólo ha reconocido esta condición de espías a los que huyeron a la Unión Soviética o fueron juzgados.

Kim Philby fue el más brillante de estos espías. Con él estuvieron Guy Burgess, el confidente de Churchill, agente de la Inteligencia y diplomacia británicas; Donald Maclean, el diplomático que pasó a la URSS el plan atómico norteamericano. Allan Nunn-May, el científico que proporcionó a los soviéticos las primeras muestras de uranio enriquecido, y Anthony Blunt, el historiador de Arte, miembro del contraespionaje y responsable de los tesoros artísticos de la Corona británica.

Los ingleses tienen la completa seguridad de que existieron muchos más topos, aunque no parecen mostrar un interés desmedido en descubrirlos. Entre ellos, el escritor Chapman Pincher destapó el año pasado nada menos que a sir Roger Hollis, que fue durante muchos años director general del MI5, el servicio de contraespionaje británico.

Hoy resulta difícil de comprender por qué estos hombres se introdujeron con tanta facilidad en las altas esferas de los servicios de Inteligencia, de la diplomacia y de la Administración. Pero la respuesta es sencilla: pertenecían a la élite y éste parecía ser el único requisito esencial en aquellos tiempos de decadencia del Imperio. Por lo demás, eran tantos que su entrada se realizó en masa.

Los funcionarios de élite reclutados por la Administración británica en os años treinta habían estado casi todos en Cambridge y Oxford como profesores o estudiantes y todo el mundo sabía que en aquella época las universidades inglesas tenían muchos alumnos comunistas.

Revista Historia 16


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