Postales desde el Infierno
NOTA de The M+G+R Foundation añadida en 2017: Ahora que la Casa Blanca está enfocando sus miras en Corea del Norte, pensamos que es el momento apropiado para publicar "Postales desde el infierno".
NOTA de The M+G+R Foundation añadida en 2023: Ahora que Estados Unidos está en guerra con Rusia, a través de la fachada de Ucrania, de nuevo pensamos que es otro momento apropiado para recordar este documento.
El artículo original fue publicado recientemente (Primera Parte del 2003) en un diario Español - El Mundo o El País. Desafortunadamente, el dactilógrafo que nos preparó el texto se olvidó de anotar la fuente, fecha y autor. Considerando la gran importancia que tiene este relato, lo publicamos confiados que Dios generosamente ajustará las cuentas con el autor original y el diario Español que lo publicó. ¡Que Dios os Bendiga!
Si es usted tan amable me gustaría robarle unos minutos para contarle una historia de Horror. Los
hechos que me propongo relatarle tuvieron lugar hace sesenta años, pero no sería muy aventurado
pensar que bien podrían repetirse dentro de, pongamos, sesenta días. Tomo los datos prestados de
ese gran biógrafo de la memoria secreta de Europa, W.G. Sebald, que reflexiona sobre éste y
otros temas de actualidad escalofriante en su último libro publicado a título póstumo: Sobre la
historia natural de la destrucción.
Es la madrugada del 27 de julio de 1942 y volamos a bordo de uno de los incontables bombarderos de la RAF suspendidos sobre los cielos de la ciudad de Hamburgo. Nuestra misión, nos han comunicado nuestros superiores con esa claridad moral y solemne gravedad que confiere el mover las piezas desde lejos, lleva el sonoro nombre de Operación Gomorra y consiste en precipitar una apocalíptica catarata de diez mil toneladas de bombas incendiarias sobre una serie de barriadas abarrotadas de población civil que, si no se ha despertado todavía, está a punto de hacerlo.
Las compuertas de la bodega se abren. Descendemos en picado cabalgando sobre una de esas bombas, la primera entre miles y miles que lloverán del cielo durante las próximas horas. Si está usted acostumbrado a ver bombardeos en forma de luces de colores en un monitor en verde cortesía de CNN, tal vez le interesen los detalles técnicos de esas fosforescencias.
Lo primero en volar, literalmente, son las ventanas y las puertas. Cien tos de miles a un tiempo en toda la ciudad, pulverizadas en un tornado de cristal y astillas. Segundos más tarde los techos de manzanas enteras prenden en llamas mientras las bombas de más tonelaje taladran las estructuras y apuñalan los sótanos para inundarlos de fuego. En cuestión de minutos un área de unos veinte kilómetros cuadrados infestada de seres humanos que hasta hace segundos estaban tratando de conciliar el sueño se transforma en un océano de llamas de unos dos kilómetros de altura.
Lo que sucede a continuación es un fenómeno de física elemental que recibe el nombre de "tormenta de fuego". Ese bosque vertical de llamas de dos mil metros que cubre el horizonte crea un efecto de succión de oxígeno de tal magnitud que corrientes de aire de fuerza equivalente o superior a un huracán se lanzan como gigantescas serpientes de combustible sobre la ciudad. Esta pira infernal crece y crece durante unas tres horas. Agujas y cúpulas de catedrales vuelan por los aires. Coches, tranvías, barcazas y centenares de personas son arrastradas y atomizadas por las corrientes huracanadas de llamas. Un maremoto de fuego avanza destrozando completamente todo cuanto encuentra en su camino a una velocidad de unos 150 kilómetros por hora. A su paso apenas quedan las fachadas ennegrecidas de edificios huecos, esqueletos carbonizados de lo que minutos atrás era una suntuosa metrópolis. Los escasos supervivientes que tratan de huir se hunden lentamente en un lago de alquitrán candente cuando el asfalto bajo sus pies se funde.
Nadie sabe cuántos han muerto o cuántos van a morir antes del alba. No hay modo de contarlos y los pocos que quedan con vida enloquecen y reniegan de su papel de testigos. Una eternidad más tarde amanece sin sol bajo una columna de humo impenetrable de ocho kilómetros de altura. Las calles están sembradas de cuerpos deformados que aún exhalan llamas azules. Fuentes y canales quedan anegados por cadáveres cocidos. Charcos de grasa humana arden entre los escombros. El silencio es ensordecedor. La gran mayoría simplemente se ha evaporado, del mundo y de la memoria. Le decía antes que esta era una historia de Horror. Por eso no tiene moraleja.
En las páginas de Doctor Faustus Thomas Mann resume magistralmente la esencia de la guerra al describir cómo las ratas, esas eternas vencedoras de todas las contiendas, engordan cebándose en la infinita tundra de cadáveres que teje las ruinas de un mundo transformado en necrópolis. Hace apenas unos días el Pentágono hacia un primer pedido de 16.000 bolsas de plástico negro, modernos sudarios de alta tecnología destinados a transportar los cuerpos, o lo que quede de ellos, de otros tantos soldados en lo que tal vez sean los primeros días, o minutos, de la batalla en ciernes. Probablemente ninguno de los futuros ocupantes de esos sarcófagos de vinilo ha oído hablar de la destrucción de Hamburgo en 1943 y menos aún se sienten tentados por escuchar lo que W.G. Sebald tiene que decirnos al respecto. Los expertos ya han decidido por ellos y por nosotros. Tal vez por eso las historias de Horror están condenadas a repetirse una y otra vez. Porque, al haber tantas, no nos damos cuenta de que es siempre la misma.
Es la madrugada del 27 de julio de 1942 y volamos a bordo de uno de los incontables bombarderos de la RAF suspendidos sobre los cielos de la ciudad de Hamburgo. Nuestra misión, nos han comunicado nuestros superiores con esa claridad moral y solemne gravedad que confiere el mover las piezas desde lejos, lleva el sonoro nombre de Operación Gomorra y consiste en precipitar una apocalíptica catarata de diez mil toneladas de bombas incendiarias sobre una serie de barriadas abarrotadas de población civil que, si no se ha despertado todavía, está a punto de hacerlo.
Las compuertas de la bodega se abren. Descendemos en picado cabalgando sobre una de esas bombas, la primera entre miles y miles que lloverán del cielo durante las próximas horas. Si está usted acostumbrado a ver bombardeos en forma de luces de colores en un monitor en verde cortesía de CNN, tal vez le interesen los detalles técnicos de esas fosforescencias.
Lo primero en volar, literalmente, son las ventanas y las puertas. Cien tos de miles a un tiempo en toda la ciudad, pulverizadas en un tornado de cristal y astillas. Segundos más tarde los techos de manzanas enteras prenden en llamas mientras las bombas de más tonelaje taladran las estructuras y apuñalan los sótanos para inundarlos de fuego. En cuestión de minutos un área de unos veinte kilómetros cuadrados infestada de seres humanos que hasta hace segundos estaban tratando de conciliar el sueño se transforma en un océano de llamas de unos dos kilómetros de altura.
Lo que sucede a continuación es un fenómeno de física elemental que recibe el nombre de "tormenta de fuego". Ese bosque vertical de llamas de dos mil metros que cubre el horizonte crea un efecto de succión de oxígeno de tal magnitud que corrientes de aire de fuerza equivalente o superior a un huracán se lanzan como gigantescas serpientes de combustible sobre la ciudad. Esta pira infernal crece y crece durante unas tres horas. Agujas y cúpulas de catedrales vuelan por los aires. Coches, tranvías, barcazas y centenares de personas son arrastradas y atomizadas por las corrientes huracanadas de llamas. Un maremoto de fuego avanza destrozando completamente todo cuanto encuentra en su camino a una velocidad de unos 150 kilómetros por hora. A su paso apenas quedan las fachadas ennegrecidas de edificios huecos, esqueletos carbonizados de lo que minutos atrás era una suntuosa metrópolis. Los escasos supervivientes que tratan de huir se hunden lentamente en un lago de alquitrán candente cuando el asfalto bajo sus pies se funde.
Nadie sabe cuántos han muerto o cuántos van a morir antes del alba. No hay modo de contarlos y los pocos que quedan con vida enloquecen y reniegan de su papel de testigos. Una eternidad más tarde amanece sin sol bajo una columna de humo impenetrable de ocho kilómetros de altura. Las calles están sembradas de cuerpos deformados que aún exhalan llamas azules. Fuentes y canales quedan anegados por cadáveres cocidos. Charcos de grasa humana arden entre los escombros. El silencio es ensordecedor. La gran mayoría simplemente se ha evaporado, del mundo y de la memoria. Le decía antes que esta era una historia de Horror. Por eso no tiene moraleja.
En las páginas de Doctor Faustus Thomas Mann resume magistralmente la esencia de la guerra al describir cómo las ratas, esas eternas vencedoras de todas las contiendas, engordan cebándose en la infinita tundra de cadáveres que teje las ruinas de un mundo transformado en necrópolis. Hace apenas unos días el Pentágono hacia un primer pedido de 16.000 bolsas de plástico negro, modernos sudarios de alta tecnología destinados a transportar los cuerpos, o lo que quede de ellos, de otros tantos soldados en lo que tal vez sean los primeros días, o minutos, de la batalla en ciernes. Probablemente ninguno de los futuros ocupantes de esos sarcófagos de vinilo ha oído hablar de la destrucción de Hamburgo en 1943 y menos aún se sienten tentados por escuchar lo que W.G. Sebald tiene que decirnos al respecto. Los expertos ya han decidido por ellos y por nosotros. Tal vez por eso las historias de Horror están condenadas a repetirse una y otra vez. Porque, al haber tantas, no nos damos cuenta de que es siempre la misma.
Documentos relacionados
Publicado el 18 de Julio de 2003. Comunidad Europea
En Internet desde 1998
Página
Principal
English
Español
Portugues
Introducción para Primera Visita Preguntas frecuentes
Página de Búsquedas Índice de Documentos
Términos de Uso Sobre Nosotros Contacto
Sitio de Emergencia (Copia Espejo)
Introducción para Primera Visita Preguntas frecuentes
Página de Búsquedas Índice de Documentos
Términos de Uso Sobre Nosotros Contacto
Sitio de Emergencia (Copia Espejo)