The M+G+R Foundation

La confirmación histórica de la posesión demoníaca de Hitler


INTRODUCCIÓN y PROPÓSITO

El propósito de compartir este extracto de una de las muchas biografías de Hitler es destacar el momento en que Hitler fue poseído por satanás, una posesión que condujo al siglo más sangriento de la historia.

Como bien saben, al hacer caso omiso de las peticiones hechas a través de Fátima (1), la Jerarquía de la Iglesia Católica Romana permitió que el mecanismo que llevaría al mundo al Fin de Estos Tiempos y al Glorioso Retorno de Jesucristo se acelerara.

Si hay un individuo que podría ser señalada como el mayor responsable de la miseria desencadenada sobre la Humanidad a través de la Segunda Guerra Mundial, esa persona es, sin duda, Adolf Hitler.

Tal como hemos ilustrado en uno de nuestros documentos, (2) el Nazismo estaba claramente vinculado con las fuerzas de la oscuridad. Lógicamente, se deduce que Hitler tenía que ser poseído para poder manipular y guiar a los alemanes de la manera en que lo hizo. Un completo don nadie no podía hacer eso a menos que estuviese poseído por satanás.

A través de la pura providencia, nos hemos encontrado con la información que nos dice el cuándo, el dónde y el cómo se desencadenó la posesión de Hitler - confirmando así históricamente lo que sabíamos por otros medios.

La información nos llega a través de un amigo de su juventud, August Kubizek, quien, aunque fue el único testigo del evento, nunca se dio cuenta de lo que había sucedido espiritualmente en esa fatídica noche.

August Kubizek conoció a Adolf Hitler en 1904 mientras ambos competían por un lugar en la zona del público en la ópera. Su pasión mutua por la música creó en ellos un fuerte vínculo, y durante los cuatro años siguientes se hicieron muy amigos, probablemente el único amigo que tuvo.

A continuación, compartimos con ustedes el texto íntegro que describe los eventos de 1906 relacionados con la posesión de Hitler, tal como apareció en "El joven Hitler que conocí" ("The Young Hilter I Knew") de August Kubizek, obra publicada originalmente en 1955.


El joven Hitler que conocí  (3)

  por August Kubizek

Extracto

[traducido y subrayado por The M+G+R Foundation]


Capítulo 10 -- En aquella hora comenzó


Fue la hora más impresionante que he vivido con mi amigo. Tan inolvidable es, que incluso las cosas más triviales, la ropa que Adolf vestía en aquella noche, el tiempo que hacía ese día, están todavía presentes en mi mente como si la experiencia estuviera exenta del paso del tiempo.

Adolf estaba fuera de mi casa con su abrigo negro, con su sombrero oscuro bien ceñido cubriendo su  cara. Era una fría y desagradable noche de noviembre. Me saludó impaciente. Yo estaba limpiándome del taller y preparándome para ir al teatro. Esa noche la obra era Rienzi. (4) Nunca habíamos visto esa ópera de Wagner y la esperábamos con gran entusiasmo. Para asegurarnos un sitio en la zona pública teníamos que llegar temprano. Adolf me silbó, para apurarme.

Ahora estábamos en el teatro, ardiendo de entusiasmo, y viviendo sin aliento el ascenso de Rienzi hasta ser el Tribuno del pueblo de Roma y su posterior caída. Cuando por fin terminó, era más de medianoche. Mi amigo y yo, él con sus manos metidas en los bolsillos de su abrigo, silencioso y retraído, recorriamos las calles hasta salir de la ciudad.

Normalmente, después de una experiencia artística que le había conmovido, empezaba a hablar enseguida, criticando duramente la actuación, pero después de Rienzi se quedó callado un largo rato. Esto me sorprendió, y le pregunté qué pensaba de la obra. Me lanzó una mirada extraña, casi hostil. "¡Cállate!" dijo bruscamente.

La fría y húmeda niebla se extendía opresivamente sobre las estrechas calles. Nuestros solitarios pasos resonaban en el pavimento. Adolf tomó el camino que llevaba al monte Freinberg. Sin decir una palabra, se adelantó. Se veía casi siniestro, y más pálido que nunca. El cuello de su abrigo, que estaba levantado, aumentaba esta impresión.

Quería preguntarle: "¿Adónde vas?" Pero su cara pálida se veía tan prohibitiva que suprimí la pregunta. Como impulsado por una fuerza invisible, Adolf subió a la cima del monte Freinberg. Y sólo en ese momento me di cuenta de que ya no estábamos en la soledad y en la oscuridad, porque las estrellas brillaban intensamente sobre nosotros.

Adolf se paró frente a mí; y entonces me agarró las dos manos y las sostuvo con fuerza. Nunca antes había hecho un gesto así. Sentí, por la fuerza de sus manos, lo profundamente conmovido que estaba. Sus ojos estaban febriles de excitación. Las palabras no salían suavemente de su boca como de costumbre, sino que estallaban, roncas y estridentes. Por su voz podía ver aún más lo mucho que esta experiencia lo había sacudido.
 
Gradualmente su habla se aflojó, y las palabras fluyeron más libremente. Nunca antes y nunca más después Adolf Hitler habló como lo hizo en aquella hora, cuando estábamos allí solos bajo las estrellas, como si fuéramos las únicas criaturas del mundo. No puedo repetir todas las palabras que mi amigo pronunció.

Me sorprendió algo extraño, que nunca había notado antes, incluso cuando me hablaba en momentos de gran excitación. Era como si otro ser hablase desde su cuerpo y lo conmoviese a él tanto como me conmovió a mí. No se trataba en absoluto de que un orador se dejase llevar por sus propias palabras. Al contrario; más bien sentí como si él mismo escuchase con asombro y emoción lo que brotaba de él con una fuerza primordial.

No intentaré interpretar este fenómeno, pero fue un estado de completo éxtasis y arrobamiento, en el que, con poder visionario, transfirió el personaje de Rienzi, sin siquiera mencionarlo como modelo o como ejemplo, al plano de sus propias ambiciones. Pero fue más que una simple adaptación.

En efecto, el impacto de la ópera fue más bien un puro impulso externo que le obligaba a hablar. Igual que las aguas de una inundación rompiendo sus diques, sus palabras brotaron de él. Conjuró, en imágenes grandiosas e inspiradoras, su propio futuro y el de su pueblo. Hasta ahora estaba convencido de que mi amigo quería convertirse en artista, pintor o quizás arquitecto. Ahora ya no era así. Ahora él aspiraba a algo más elevado, que yo todavía no podía comprender plenamente. Me sorprendió bastante, ya que pensé que la vocación de artista era para él el objetivo más alto y deseable. Pero ahora hablaba de un mandato que, un día, recibiría del pueblo, para sacarlo de la servidumbre a las alturas de la libertad.
 
Fue un joven desconocido el que me habló en esa extraña hora. Habló de una misión especial que un día le sería confiada, y yo, su único oyente, apenas podía entender lo que quería decir. Tuvieron que pasar muchos años antes de que me diera cuenta de la importancia que tuvo para mi amigo esta hora embriagadora.
 
Sus palabras fueron seguidas por el silencio. Regresamos a la ciudad. El reloj dio las tres. Nos separamos frente a mi casa. Adolf me dio la mano, y me sorprendió mucho ver que no fue en dirección a su casa, sino que se volvió de nuevo hacia las montañas.

"¿Adónde vas ahora?" Le pregunté, sorprendido. Respondió brevemente: "Quiero estar solo".

En las siguientes semanas y meses nunca más mencionó aquella hora en el monte Freinberg. Al principio esto me sorprendió y no pude encontrar ninguna explicación para su extraño comportamiento, porque no podía creer que lo hubiera olvidado por completo. De hecho, nunca lo olvidó, como descubrí 33 años después. Pero guardó silencio sobre ello porque quería mantener esa hora totalmente para sí mismo. Eso lo podía entender, y yo respetaba su silencio. Después de todo, era su hora, no la mía. Yo sólo había jugado el modesto papel de un amigo comprensivo.

En 1939, poco antes de que estallase la guerra, cuando por primera vez fui citado en Bayreuth como invitado del Canciller del Reich, pensé que complacería a mi anfitrión recordándole aquella hora nocturna en el Freinberg, así que le dije a Adolf Hitler lo que recordaba del evento, asumiendo que la gran cantidad de emociones y eventos de las últimas décadas habrían puesto en un segundo plano aquella experiencia de un joven de diecisiete años. Pero después de unas pocas palabras sentí que él recordaba vívidamente aquella hora y que había conservado todos sus detalles en su memoria. Estaba visiblemente complacido de que mi relato confirmara sus propios recuerdos. También estuve presente cuando Adolf Hitler volvió a contar esta historia de la obra Rienzi en Linz a la Sra. Wagner, en cuya casa ambos fuimos invitados. Así, mi propia memoria fue doblemente confirmada. Las palabras con las que Hitler concluyó su relato a la Sra. Wagner también son inolvidables para mí. Dijo solemnemente, "En aquella hora comenzó".


Comentarios finales de The M+G+R Foundation

La posesión demoníaca de Hitler tuvo lugar en 1906, casi 11 años antes de la primera aparición de Fátima, pero 60 años después de que había sido entregado el Mensaje Apocalíptico de La Salette.

Si las peticiones del Cielo se hubieran cumplido, entonces Hitler, a pesar de estar poseído, no habría alcanzado la posición que alcanzó. Dios habría descarrilado el ascenso de Hitler, igual que hizo que Hitler perdiera la guerra a través de dos grandes errores cometidos por Hitler; errores que, en términos humanos, nunca deberían haber ocurrido:

(a) No darse cuenta de que el sistema de codificación de mensajes nazis había sido descifrado por los aliados; y
(b) Insistiendo en que las bombas volantes V-2 debían lanzarse desde instalaciones fijas y no desde lanzadores móviles.

Tal como siempre recordamos a todos los que están dispuestos a escuchar: ¡Dios tiene siempre la última palabra!


Nota añadida el 20 de Febrero de 2020

Hemos encontrado otra cita que le puede servir al lector para confirmar aun más lo expuesto en el presente documento - una cita que reproducimos a continuación: (5)

Albert Speer afirma haber recordado un incidente en el que Robert Ley abogó por el uso de una composición moderna para abrir la Convención Pública Anual del partido en Nuremberg, pero Hitler rechazó la idea:

"Sabes, Ley, no es casualidad que yo haya hecho que la Convención Anual sea inaugurada con la obertura de Rienzi. No es sólo una cuestión musical. A la edad de veinticuatro años ese hombre, hijo de un posadero, persuadió al pueblo romano de expulsar al corrupto Senado recordándoles el magnífico pasado del Imperio Romano. Escuchando esta bendita música en el teatro de Linz cuando yo era joven, tuve la visión de que yo también debo algún día lograr unir el Imperio Alemán y hacerlo grande una vez más."

Se sabe que Hitler poseía el manuscrito original de la ópera, que había pedido y le fue regalado por la familia Wagner en 1939 como regalo de su cincuenta aniversario. El manuscrito estaba con Hitler en su búnker. (4)(5)


Relacionado:  El papel clave de la práctica del Ocultismo en la Alemania Nazi



NOTAS              

(1) Las peticiones del Cielo a través de Fátima fueron ignoradas

(2) El papel clave que jugó la práctica del Ocultismo en la Alemania Nazi

(3) Acerca del libro (en Inglés)

(4) "Rienzi, el último de los tribunos" es una ópera de Richard Wagner escrita en 1938-1840 y estrenada en Dresde en 1842. Hitler la vio en Linz en 1906. "La ópera trata de la vida de Cola di Rienzi, Notario papal llegado a líder político, que vivió en la Italia medieval y tuvo éxito en derrotar a las clases nobles en Roma y darle el poder al pueblo. Magnánimo al principio, tuvo que sofocar una revuelta de los nobles por recuperar sus privilegios. Con el tiempo, la opinión popular cambió, y la Iglesia, que al comienzo estaba a su favor, se viró en su contra. Al final de la ópera el pueblo quema el Capitolio en el cual Rienzi y unos pocos seguidores se enfrentan a su destino." Rienzi, la ópera de Wagner (en Castellano)

(5) Rienzi, la ópera de Wagner (en Inglés)




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In English:  Hitler's Demonic Possession - Definitive Historical Confirmation

Publicado en Inglés el 28 de Junio de 2016 • Traducido al Castellano el 20 de Febrero de 2020

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