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Aprobación de la Sociedad Salesiana

Un ejemplo perfecto de las limitaciones impuestas a los Papas por la Curia Romana


PROPÓSITO

El propósito de este documento es dar un ejemplo muy concreto de las grandes limitaciones impuestas a los Papas por la Administración de le Iglesia Católica Romana – muy específicamente por la Curia Romana. Esto ayudará al lector a comprender por que, con una mano salíamos a defender a S.S. Juan Pablo II y con la otra arrasábamos, y seguiremos arrasando, a la Administración de la Iglesia Católica Romana.


INTRODUCCIÓN

En este extracto de la biografía oficial de San Juan Bosco (1) se ilustran varios puntos que queremos hacer sobresalir para el beneficio de los verdaderos Fieles.

(a) Don Bosco “tenía en un bolsillo” a S.S. Pío IX, a su predecesor y a su sucesor, ya que reconocían su obra como verdaderamente de Dios – no una falsificación.

(b) S.S. Pío IX, con todo “el poder” técnico de los Papas, no podía hacer nada para aprobar la Sociedad Salesiana – una sociedad ya más que aprobada por Dios!

(c) Los obstáculos a dicha aprobación fueron vencidos, no para el beneficio de la Iglesia manifestada en sus fieles, sino para el beneficio personal de los bien acomodados prelados de la Curia Romana.

Como verán, hasta los Papas más “poderosos” y populares pueden ser reducidos a meras marionetas de la Curia Romana y de aquellos que la puedan sobornar como mejor les convenga.


DETALLES

Ahora pasemos a los detalles de las peripecias requeridas para obtener la Aprobación de la Sociedad Salesiana.


Vida de San Juan Bosco

Por Juan B. Lemoyne y Rodolfo Fierro Torres, Salesianos (1)

Capítulo 23


En prosecución de lo que tanto le interesaba, el 8 de enero de 1869 fue Don Bosco a Roma, pidiendo antes a superiores y alumnos oraciones especiales.

En Florencia le esperaba el Presidente del Ministerio, Monabrea. El Gobierno estaba inquieto porque los demócratas y republicanos conjuraban seriamente contra la monarquía, y parece que deseaba de él algún importante servicio. Él, por su parte, aprovechó la ocasión para reavivar la cuestión de los obispos, truncada tan bruscamente en 1867, y pudo hablar en favor de los seminaristas, a quienes se quiso someter el servicio militar.

Pero el objeto principal del viaje era la aprobación definitiva de la Sociedad Salesiana, que dos años antes no había podido obtener. Se oponían los mismos obstáculos. La Curia romana, a pesar de los buenos deseos de Pío IX, seguía poniendo serios reparos a la fundación, a pesar de que contaba ya con varios socios y numerosas obras; les parecía tan distinta de las Congregaciones tradicionales, y no se fijaban en que lo nuevo que tenia era precisamente lo que justificaba su existencia: lo exigía la índole de estos tiempos nuevos.

Pío IX le aconsejó que procurara ganarse a algunos Cardenales determinados; y esto lo hizo María Auxiliadora. Digamos algo más: Se había pedido a la Curia Diocesana una fórmula que salvase al mismo tiempo la autoridad del Ordinario y la existencia de la nueva Sociedad; pero la Curia dejó el asunto en suspenso. Varios Obispos y otras personas muy piadosas y favorables a Don Bosco habían intentado disuadirlo de representar la petición, diciéndole que no era posible entonces conseguir la aprobación de las Constituciones ni de la Sociedad. También le habían escrito de Roma que era inútil su viaje en aquellos momentos, si era con ese fin.

Pero Don Bosco, como dijo después, pensaba dentro de sí: “Todo se me pone en contra; mas el corazón me dice que si voy a Roma el Señor, que tiene en su mano el corazón de los hombres, me ayudará. ¡Así, pues, voy allá!” Y convencido de que la Virgen le ayudaría, emprendió el viaje.

* * *

A su llegada le tributaron un recibimiento muy honroso. Tres carruajes lo esperaban en la estación y, cosa excepcional, dentro del recinto de la estación. Uno era del Cardenal Berardi, quien le rogó visitase cuanto antes a un sobrino suyo gravemente enfermo. Don Bosco prometió que iría; mientras tanto se dirigió a San Bernardo de las Termas para celebrar [Misa] y después a casa del caballero Pedro Marietti, donde se hospedó.

Los días pasaban y Don Bosco se había olvidado de la invitación del Cardenal Berardi, cuando recibió nuevo aviso para que fuese visitar y bendecir al sobrino enfermo. Era éste un niño de cerca de once años, delicia de aquella rica y noble familia y de otras familias opulentas, heredero de extraordinarias riquezas. El pobrecito hacía quince días que luchaba con fiebres tifoideas tan malignas y rebeldes a todo remedio, que le tenían al borde del sepulcro. Al llegar Don Bosco, todos los de la casa salieron al encuentro, diciéndole a una voz:

— Don Bosco, cúrelo, cúrelo!

Don Bosco, volviéndose al Cardenal, le dijo:

— He venido a fin de que Su Eminencia me ayude cerca del Padre Santo a obtener la aprobación de la Sociedad de San Francisco de Sales.

— Procure usted —respondió el purpurado— que mi sobrino se cure y yo hablaré en favor de su Sociedad al Padre Santo.

Y así diciendo, lo introdujo en la habitación del enfermo.

El Siervo de Dios iba repitiendo:

— ¡Tengan ustedes fe! ¡Recen a María Auxiliadora; comiencen una novena y Vuestra Eminencia, señor Cardenal, trabaje por la Sociedad de San Francisco de Sales.

Y añadió:

— Dejemos a la Virgen “el cuidado”.

Después de rezar algunas oraciones, bendijo al enfermo, el cual quedó al instante libre de la fiebre, y al fin de la novena estaba lleno de robustez.

El Cardenal, fuera de sí por el consuelo que experimentó dijo a Don Bosco:

— Estoy dispuesto a hacer todo lo que quiera de mí; no tiene más que mandarme.

— Eminencia, ya sabe qué es lo que más deseo: que se interese por la Sociedad Salesiana; que hable de ella a sus colegas y al Padre Santo!

El Cardenal fue a ver al Papa y recomendó vivamente la Sociedad Salesiana. Pío IX consideró este primer triunfo como si se tratara de algo muy suyo.

* * *

Pero los prelados de la Sagrada Congregación que debían dar su conformidad en este asunto eran siempre contrarios. A pesar de que desde el 26 de julio de 1864 la Santa Sede había dado el decretum laudis [decreto laudatorio] con que se alababa su existencia y su espíritu.

El Cardenal Antonelli, Secretario de Estado, podía influir mucho. El Santo fue a hablarle y lo encontró como clavado en un sofá por la gota, que lo hacía sufrir atrozmente. Supo que, por no poder moverse, el Papa mismo venía a tratar con él los asuntos de la Iglesia. Don Bosco le prometió que si se interesaba por el asunto de la aprobación definitiva de la Sociedad, él mismo podría a la sala papal.

— ¿Cuándo? —exclamó el Cardenal, mirándolo fijamente.

— ¡Mañana!

— ¿Es posible?

— ¡Sí, mañana!

— Pero, ¿cómo podrá ser?

— Tenga fe, fe viva en María Auxiliadora, porque de otra manera no haremos nada.

Al día siguiente por la mañana el Cardenal Antonelli estaba bueno; los ataques habían cesado y fue a ver al Padre Santo, a quien refirió el diálogo y la curación.

Fue Don Bosco a ver Su Santidad. Pío IX, conmovido por lo que los cardenales le habían referido, lo acogió con bondad indescriptible. Lo entretuvo durante hora y media y se mostró favorable a su deseo, prometiéndole que haría todo lo posible por complacerlo y para que las gestiones se acabaran pronto. En días sucesivos le concedió otra audiencia de dos horas y una tercera de cerca de una hora.

Como se acercase la hora de una de estas audiencias, el Papa llamó al camarero y le dijo:

— Don Bosco no tiene carruaje; vaya a buscarle con el mío.

Y Don Bosco fue desde donde se hospedaba al Vaticano en la carroza del Papa.

Las dificultades continuaban todavía en el seno de la Congregación de Obispos y Regulares. Es verdad que el Papa es árbitro supremo, pero suele dejar que las cosas sigan su trámite regular, y el trámite era la dicha Congregación. A alguien había dicho Pío IX:

— “No quisiera más dificultades; véase la manera de superarlas y no promoverlas.”

El más opuesto era Monseñor Svegliati, Secretario de la Sagrada Congregación. Las novedades de Don Bosco no le entraban.

Éste, por consejo del mesmo Pío IX, se apresuró a visitarlo. Lo encontró en cama, molestado por los primeros ataques de una pulmonía muy grave. Sin más, le prometió la curación, si hablaba en favor de la aprobación de la Sociedad, y acabó diciendo:

— Tenga fe, viva fe en María Auxiliadora, y mañana podrá ir al Vaticano.

— Ah, Don Bosco —concluyó con vehemencia Monseñor Svegliati—; si mañana puedo ir a ver al Papa, le aseguro que hablaré de modo que todo irá bien para usted.

A la mañana siguiente la tos y la fiebre habían desaparecido y el Secretario se encontró perfectamente curado. Muy agradecido por su restablecimiento fue a visitar al Padre Santo y el mismo día fue a ver Don Bosco, asegurándole que lo apoyaría y desaparecerían todas las dificultades.

Las gracias concedidas por María Auxiliadora conciliaron a Don Bosco la favorable disposición de sus adversarios, enfervorizaron a los tibios y ganaron más y más el favor del Sumo Pontífice.

Los chicos del Oratorio y las otras casas continuaban rezando. Don Bosco los invitó a turnarse en pequeños grupos para adorar continuamente a Jesús Sacramentado en el Santuario de María Auxiliadora durante todo el día 19 de febrero. Y ese día se decretó la aprobación definitiva de la Sociedad Salesiana. Don Bosco dijo a Pío IX:

— Hoy todos los muchachos están rezando ante el Santísimo, para que el Señor me ayude.

Pío IX, al oír estas palabras, se conmovió visiblemente.

El primero de marzo se despachaba el decreto de aprobación. Concedióse también por un decenio la facultad de dar las Dimisorias respecto de todos los Obispos para las sagradas Órdenes.

Fin del capítulo


EPÍLOGO

Tal vez ahora los verdaderos Fieles, los que tienen Ojos Para Ver y Oídos Para Oír (2), comprendan:

(a) Por qué con una mano miguel de Portugal defiende a un Papa (3) y con la otra arrasa a la Administración de la Iglesia Católica Romana (4).

(b) Por qué un hombrecillo, J.M. Escrivá, que, al contrario que Don Bosco, ni siquiera fue recibido en Audiencia por S.S. Juan XXIII y S.S. Pablo VI, y que, con su amor a la auto-glorificación, ni siquiera pudo pasar de ser un “Monseñor del montón”, logró que S.S. Juan Pablo II le concediera el privilegio de una Prelatura Personal (5) —lo cual, sin importar sus protestas a lo contrario, estableció una Iglesia Paralela— la Falsa Iglesia.

(c) Por qué un hombrecillo, J.M. Escrivá, que, en el extremo opuesto de la humildad de Don Bosco, se atrevió a usurpar la Gloria que sólo le pertenece a Jesucristo publicando un libraco titulado “CAMINO”, pretendiendo que ése es el camino a la santidad, fue elevado a los altares, supuestamente, por el mismo Juan Pablo II.

Cerremos este documento con “Broche de Oro” místicamente aplicando la “Regla de Tres”:

San Juan Bosco (6) es al Cristo lo que Jose María Escrivá (7) es al Falso Cristo

   

NOTAS                
(1) Vida de San Juan Bosco – Por Juan B. Lemoyne y Rodolfo Fierro Torres, Salesianos – Editado por Sociedad Editora Ibérica, Madrid, 1957 – No consta ISBN – Capítulo XXXVIII, p.489 – Capítulo íntegro – Destacado en negrita por The M+G+R Foundation
(2) Ojos Para Ver y Oídos Para Oír (en Inglés)
(3) En defensa de Juan Pablo II (en Inglés)
(4) Las Apariciones Marianas en Fátima y la Administración de la Iglesia Católica Romana
(5) Índice de documentos sobre la Secta del Opus Dei
(6) El Milagro de la Vida de San Juan Bosco – El Amor en acción – Un ejemplo viviente de Verdadera Evangelización Cristiana
(7) El camino elegido por Jose María Escrivá



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In English:  The Approval of the Salesian Society - A perfect example of the limitations imposed on the Popes by the Roman Curia

Publicado el 1 de Diciembre de 2005 - Unión Europea • Formato actualizado y documento republicado el 10 de Noviembre de 2023

© Copyright 1957 por Sociedad Editora Ibérica, Madrid, 1957 para el capítulo extractado

El Sello de San Miguel Arcángel © Copyright 2005 - 2023 por The M+G+R Foundation para el resto del documento Todos los derechos reservados. Sin embargo, este documento puede ser reproducido y distribuido libremente siempre que: (1) Se dé crédito apropiado en cuanto a su fuente; (2) No se realice ningún cambio en el texto sin consentimiento previo por escrito; y (3) No se cobre ningún precio por ello.


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