Carta
Encíclica "Fratelli Tutti" de Francisco
sobre
la Fraternidad y la Amistad
Social
Reproducción
comentada del
original
Parte
5
INTRODUCCIÓN
(por The
M+G+R Foundation)
El principal propósito de esta reproducción de la larga,
tortuosa, aburrida y poco iluminada Encíclica "Fratelli Tutti" (1) es disponer de ella en
un
formato más manejable para poder destacar y comentar las graves
ausencias y errores teológicos que contiene.
Acompañando a este documento puede leer:
Nota 1:
Hasta el momento, no hemos añadido comentarios en esta Parte 5.
Lo
haremos en la medida que Dios nos mueva a ello y nos conceda el tiempo
necesario.
Nota 2: Aparte del
formato (incluyendo los destacados) y de la inserción de
nuestros
resúmenes y comentarios,
hemos mantenido inalterado el texto original (1). Nuestros
resúmenes y comentarios aparecen destacados en letra
itálica y color azul. Los títulos de
sección son propios del original. Para más detalles sobre
el formato véase la nota (2)
al pie de este documento.
CARTA
ENCÍCLICA
Índice de Secciones de
esta Parte 5: Introducción al
Capítulo quinto | Populismos y liberalismos
| Popular o populista | Valores y
límites de las visiones liberales | El poder
internacional | Una caridad social y política
| La política que se necesita | El
amor político | Amor efectivo | La actividad del amor político | Los
desvelos del amor | Amor que integra y reúne
| Más fecundidad que éxitos
Capítulo
quinto
LA MEJOR POLÍTICA
154. Para hacer posible el desarrollo
de una comunidad mundial, capaz
de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la
amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio
del verdadero bien común. En cambio, desgraciadamente, la
política hoy con frecuencia suele asumir formas que dificultan
la marcha hacia un mundo distinto.
Populismos y
liberalismos
155. El desprecio de los débiles puede esconderse en formas
populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o
en formas liberales al servicio de los intereses económicos de
los poderosos. En ambos casos se advierte la dificultad para pensar un
mundo abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los
más débiles y que respete las diversas culturas.
Popular o
populista
156. En los últimos años la expresión “populismo”
o “populista” ha invadido los medios de comunicación y el
lenguaje en general. Así pierde el valor que podría
contener y se convierte en una de las polaridades de la sociedad
dividida. Esto llegó al punto de pretender clasificar a todas
las personas, agrupaciones, sociedades y gobiernos a partir de una
división binaria: “populista” o “no populista”. Ya no es posible
que alguien opine sobre cualquier tema sin que intenten clasificarlo en
uno de esos dos polos, a veces para desacreditarlo injustamente o para
enaltecerlo en exceso.
157. La pretensión de instalar el populismo como clave de
lectura de la realidad social, tiene otra debilidad: que ignora la
legitimidad de la noción de pueblo. El intento por hacer
desaparecer del lenguaje esta categoría podría llevar a
eliminar la misma palabra “democracia” —es decir: el “gobierno del
pueblo”—. No obstante, si no se quiere afirmar que la sociedad es
más que la mera suma de los individuos, se necesita la palabra
“pueblo”. La realidad es que hay fenómenos sociales que
articulan a las mayorías, que existen megatendencias y
búsquedas comunitarias. También que se puede pensar en
objetivos comunes, más allá de las diferencias, para
conformar un proyecto común. Finalmente, que es muy
difícil proyectar algo grande a largo plazo si no se logra que
eso se convierta en un sueño colectivo. Todo esto se encuentra
expresado en el sustantivo “pueblo” y en el adjetivo “popular”. Si no
se incluyen —junto con una sólida crítica a la demagogia—
se estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad
social.
158. Porque existe un malentendido: «Pueblo no es una
categoría lógica, ni una categoría mística,
si lo entendemos en el sentido de que todo lo que hace el pueblo es
bueno, o en el sentido de que el pueblo sea una categoría
angelical. Es una categoría mítica […] Cuando explicas lo
que es un pueblo utilizas categorías lógicas porque
tienes que explicarlo: cierto, hacen falta. Pero así no explicas
el sentido de pertenencia a un pueblo. La palabra pueblo tiene algo
más que no se puede explicar de manera lógica. Ser parte
de un pueblo es formar parte de una identidad común, hecha de
lazos sociales y culturales. Y esto no es algo automático, sino
todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia un
proyecto común»[132].
159. Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de
un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una
sociedad. El servicio que prestan, aglutinando y conduciendo, puede ser
la base para un proyecto duradero de transformación y
crecimiento, que implica también la capacidad de ceder lugar a
otros en pos del bien común. Pero deriva en insano populismo
cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a
instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con
cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal
y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar
popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y
egoístas de algunos sectores de la población. Esto se
agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un
avasallamiento de las instituciones y de la legalidad.
160. Los grupos populistas cerrados desfiguran la palabra “pueblo”,
puesto que en realidad no hablan de un verdadero pueblo. En efecto, la
categoría de “pueblo” es abierta. Un pueblo vivo,
dinámico y con futuro es el que está abierto
permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente. No
lo hace negándose a sí mismo, pero sí con la
disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido
por otros, y de ese modo puede evolucionar.
161. Otra expresión de la degradación de un liderazgo
popular es el inmediatismo. Se responde a exigencias populares en orden
a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea
ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio
desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su
creatividad. En esta línea dije claramente que «estoy
lejos de proponer un populismo irresponsable»[133]. Por una
parte, la superación de la inequidad supone el desarrollo
económico, aprovechando las posibilidades de cada región
y asegurando así una equidad sustentable[134]. Por otra parte,
«los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias,
sólo deberían pensarse como respuestas
pasajeras»[135].
162. El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque
promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de
hacer brotar las semillas que Dios ha
puesto en
cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor
ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por
ello insisto en que «ayudar a los pobres con dinero debe ser
siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran
objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a
través del trabajo»[136]. Por más que cambien los
mecanismos de producción, la política no puede renunciar
al objetivo de lograr que la organización de una sociedad
asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su
esfuerzo. Porque «no existe peor pobreza que aquella que priva
del trabajo y de la dignidad del trabajo»[137]. En una sociedad
realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable
de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan,
sino también un cauce para el crecimiento personal, para
establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para
compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento
del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo.
Valores
y límites de las visiones liberales
163. La categoría de pueblo, que incorpora una valoración
positiva de los lazos comunitarios y culturales, suele ser rechazada
por las visiones liberales individualistas, donde la sociedad es
considerada una mera suma de intereses que coexisten. Hablan de respeto
a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa
común. En ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a
todos los que defiendan los derechos de los más débiles
de la sociedad. Para estas visiones, la categoría de pueblo es
una mitificación de algo que en realidad no existe. Sin embargo,
aquí se crea una polarización innecesaria, ya que ni la
idea de pueblo ni la de prójimo son categorías puramente
míticas o románticas que excluyan o desprecien la
organización social, la ciencia y las instituciones de la
sociedad civil[138].
164. La caridad reúne ambas dimensiones —la mítica y la
institucional— puesto que implica una marcha eficaz de
transformación de la historia que exige incorporarlo
principalmente todo: las instituciones, el derecho, la técnica,
la experiencia, los aportes profesionales, el análisis
científico, los procedimientos administrativos. Porque «no
hay de hecho vida privada si no es protegida por un orden
público, un hogar cálido no tiene intimidad si no es bajo
la tutela de la legalidad, de un estado de tranquilidad fundado en la
ley y en la fuerza y con la condición de un mínimo de
bienestar asegurado por la división del trabajo, los
intercambios comerciales, la justicia social y la ciudadanía
política»[139].
165. La verdadera caridad es capaz de incorporar todo esto en su
entrega, y si debe expresarse en el encuentro persona a persona,
también es capaz de llegar a una hermana o a un hermano lejano e
incluso ignorado, a través de los diversos recursos que las
instituciones de una sociedad organizada, libre y creativa son capaces
de generar. Si vamos al caso, aun el buen samaritano necesitó de
la existencia de una posada que le permitiera resolver lo que él
solo en ese momento no estaba en condiciones de asegurar. El amor al
prójimo es realista y no desperdicia nada que sea necesario para
una transformación de la historia que beneficie a los
últimos. De otro modo, a veces se tienen ideologías de
izquierda o pensamientos sociales, junto con hábitos
individualistas y procedimientos ineficaces que sólo llegan a
unos pocos. Mientras tanto, la multitud de los abandonados queda a
merced de la posible buena voluntad de algunos. Esto hace ver que es
necesario fomentar no únicamente una mística de la
fraternidad sino al mismo tiempo una organización mundial
más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes de
los abandonados que sufren y mueren en los países pobres.
Esto a
su vez implica que no hay una sola salida posible, una única
metodología aceptable, una receta económica que pueda ser
aplicada igualmente por todos, y supone que aun la ciencia más
rigurosa pueda proponer caminos diferentes.
166. Todo esto podría estar colgado de alfileres, si perdemos la
capacidad de advertir la necesidad de un cambio en los corazones
humanos, en los hábitos y en los estilos de vida. Es lo que
ocurre cuando la propaganda política, los medios y los
constructores de opinión pública persisten en fomentar
una cultura individualista e ingenua ante los intereses
económicos desenfrenados y la organización de las
sociedades al servicio de los que ya tienen demasiado poder. Por eso,
mi crítica al paradigma tecnocrático no significa que
sólo intentando controlar sus excesos podremos estar asegurados,
porque el mayor peligro no reside en las cosas, en las realidades
materiales, en las organizaciones, sino en el modo como las personas
las utilizan. El asunto es la fragilidad humana, la tendencia constante
al egoísmo humano que forma parte de aquello que la tradición
cristiana llama “concupiscencia”: la inclinación del ser
humano a encerrarse en la inmanencia de su propio yo, de su grupo, de
sus intereses mezquinos. Esa concupiscencia no es un defecto de esta
época. Existió desde que el hombre es hombre y
simplemente se transforma, adquiere diversas modalidades en cada siglo,
y finalmente utiliza los instrumentos que el momento histórico
pone a su disposición. Pero es posible dominarla con la ayuda de
Dios.
167. La tarea educativa, el desarrollo de hábitos solidarios, la
capacidad de pensar la vida humana más integralmente, la hondura
espiritual, hacen falta para dar calidad a las relaciones humanas, de
tal modo que sea la misma sociedad la que reaccione ante sus
inequidades, sus desviaciones, los abusos de los poderes
económicos, tecnológicos, políticos o
mediáticos. Hay visiones liberales que ignoran este factor de la
fragilidad humana, e imaginan un mundo que responde a un determinado
orden que por sí solo podría asegurar el futuro y la
solución de todos los problemas.
168. El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran
hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento
pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a
cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se
reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico
“derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para
resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame
no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia
que amenazan el tejido social. Por una parte, es imperiosa una
política económica activa orientada a «promover una
economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad
empresarial»[140], para que sea posible acrecentar los puestos de
trabajo en lugar de reducirlos. La especulación financiera con
la ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos.
Por otra parte, «sin formas internas de solidaridad y de
confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su
propia función económica. Hoy, precisamente esta
confianza ha fallado»[141]. El fin de la historia no fue tal, y
las recetas dogmáticas de la teoría económica
imperante mostraron no ser infalibles. La fragilidad de los sistemas
mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve
con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana
política que no esté sometida al dictado de las finanzas,
«tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que
sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que
necesitamos»[142].
169. En ciertas visiones economicistas cerradas y
monocromáticas, no parecen tener lugar, por ejemplo, los
movimientos populares que aglutinan a desocupados, trabajadores
precarios e informales y a tantos otros que no entran fácilmente
en los cauces ya establecidos. En realidad, estos gestan variadas
formas de economía popular y de producción comunitaria.
Hace falta pensar en la participación social, política y
económica de tal manera «que incluya a los movimientos
populares y anime las estructuras de gobierno locales, nacionales e
internacionales con ese torrente de energía moral que surge de
la incorporación de los excluidos en la construcción del
destino común» y a su vez es bueno promover que
«estos movimientos, estas experiencias de solidaridad que crecen
desde abajo, desde el subsuelo del planeta, confluyan, estén
más coordinadas, se vayan encontrando»[143]. Pero sin
traicionar su estilo característico, porque ellos «son
sembradores de cambio, promotores de un proceso en el que confluyen
millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas
creativamente, como en una poesía»[144]. En este sentido
son “poetas sociales”, que trabajan, proponen, promueven y liberan a su
modo. Con ellos será posible un desarrollo humano integral, que
implica superar «esa idea de las políticas sociales
concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los
pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que
reunifique a los pueblos»[145]. Aunque molesten, aunque algunos
“pensadores” no sepan cómo clasificarlos, hay que tener la
valentía de reconocer que sin ellos «la democracia se
atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde
representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en
su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su
destino»[146].
El poder
internacional
170. Me permito repetir que «la crisis financiera de 2007-2008
era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía
más atenta a los principios éticos y para una nueva
regulación de la actividad financiera especulativa y de la
riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a
repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al
mundo»[147]. Es más, parece que las verdaderas estrategias
que se desarrollaron posteriormente en el mundo se orientaron a
más individualismo, a más desintegración, a
más libertad para los verdaderos poderosos que siempre
encuentran la manera de salir indemnes.
171. Quisiera insistir en que «dar a cada uno lo suyo, siguiendo
la definición clásica de justicia, significa que
ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente,
autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las
otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La
distribución fáctica del poder —sea, sobre todo,
político, económico, de defensa, tecnológico—
entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema
jurídico de regulación de las pretensiones e intereses,
concreta la limitación del poder. El panorama mundial hoy nos
presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y —a la vez— grandes
sectores indefensos, víctimas más bien de un mal
ejercicio del poder»[148].
172. El siglo XXI «es escenario de un debilitamiento de poder de
los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión
económico-financiera, de características transnacionales,
tiende a predominar sobre la política. En este contexto, se
vuelve indispensable la maduración de instituciones
internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con
autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos
nacionales, y dotadas de poder para sancionar»[149]. Cuando se
habla de la posibilidad de alguna forma de autoridad mundial regulada
por el derecho[150] no necesariamente debe pensarse en una autoridad
personal. Sin embargo, al menos debería incluir la
gestación de organizaciones mundiales más eficaces,
dotadas de autoridad para asegurar el bien común mundial, la
erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los
derechos humanos elementales.
173. En esta línea, recuerdo que es necesaria una reforma
«tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de
la arquitectura económica y financiera internacional, para que
se dé una concreción real al concepto de familia de
naciones»[151]. Sin duda esto supone límites
jurídicos precisos que eviten que se trate de una autoridad
cooptada por unos pocos países, y que a su vez impidan
imposiciones culturales o el menoscabo de las libertades básicas
de las naciones más débiles a causa de diferencias
ideológicas. Porque «la Comunidad Internacional es una
comunidad jurídica fundada en la soberanía de cada uno de
los Estados miembros, sin vínculos de subordinación que
nieguen o limiten su independencia»[152]. Pero «la labor de
las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo y
de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser
vista como el desarrollo y la promoción de la soberanía
del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para
obtener el ideal de la fraternidad universal. […] Hay que asegurar el
imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la
negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone
la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica
fundamental»[153]. Es necesario evitar que esta
Organización sea deslegitimizada, porque sus problemas o
deficiencias pueden ser afrontados y resueltos conjuntamente.
174. Hacen falta valentía y generosidad en orden a establecer
libremente determinados objetivos comunes y asegurar el cumplimiento en
todo el mundo de algunas normas básicas. Para que esto sea
realmente útil, se debe sostener «la exigencia de mantener
los acuerdos suscritos —pacta sunt servanda—»[154], de manera que
se evite «la tentación de apelar al derecho de la fuerza
más que a la fuerza del derecho».[155] Esto requiere
fortalecer «los instrumentos normativos para la solución
pacífica de las controversias de modo que se refuercen su
alcance y su obligatoriedad»[156]. Entre estos instrumentos
normativos, deben ser favorecidos los acuerdos multilaterales entre los
Estados, porque garantizan mejor que los acuerdos bilaterales el
cuidado de un bien común realmente universal y la
protección de los Estados más débiles.
175. Gracias a Dios
tantas agrupaciones y organizaciones de la sociedad civil ayudan a
paliar las debilidades de la Comunidad internacional, su falta de
coordinación en situaciones complejas, su falta de
atención frente a derechos humanos fundamentales y a situaciones
muy críticas de algunos grupos. Así adquiere una
expresión concreta el principio de subsidiariedad, que garantiza
la participación y la acción de las comunidades y
organizaciones de menor rango, las que complementan la acción
del Estado. Muchas veces desarrollan esfuerzos admirables pensando en
el bien común y algunos de sus miembros llegan a realizar gestos
verdaderamente heroicos que muestran de cuánta belleza
todavía es capaz nuestra humanidad.
Una caridad
social y política
176. Para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se
puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los
errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos
políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan
debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna
ideología. Pero, ¿puede funcionar el mundo sin
política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la
fraternidad universal y la paz social sin una buena
política?[157]
La
política que se necesita
177. Me permito volver a insistir que «la política no debe
someterse a la economía y esta no debe someterse a los
dictámenes y al paradigma eficientista de la
tecnocracia»[158]. Aunque haya que rechazar el mal uso del poder,
la corrupción, la falta de respeto a las leyes y la
ineficiencia, «no se puede justificar una economía sin
política, que sería incapaz de propiciar otra
lógica que rija los diversos aspectos de la crisis
actual»[159]. Al contrario, «necesitamos una
política que piense con visión amplia, y que lleve
adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo
interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis»[160].
Pienso en «una sana política, capaz de reformar las
instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que
permitan superar presiones e inercias viciosas»[161]. No se puede
pedir esto a la economía, ni se puede aceptar que esta asuma el
poder real del Estado.
178. Ante tantas formas mezquinas e inmediatistas de política,
recuerdo que «la grandeza política se muestra cuando, en
momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en
el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta
mucho asumir este deber en un proyecto de nación»[162] y
más aún en un proyecto común para la humanidad
presente y futura. Pensar en los que vendrán no sirve a los
fines electorales, pero es lo que exige una justicia auténtica,
porque, como enseñaron los Obispos de Portugal, la tierra
«es un préstamo que cada generación recibe y debe
transmitir a la generación siguiente»[163].
179. La sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se
resuelven con parches o soluciones rápidas meramente
ocasionales. Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo
y transformaciones importantes. Sólo una sana política
podría liderarlo, convocando a los más diversos sectores
y a los saberes más variados. De esa manera, una economía
integrada en un proyecto político, social, cultural y popular
que busque el bien común puede «abrir camino a
oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana
y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con
cauces nuevos»[164].
El amor
político
180. Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar
una amistad social que integre a todos no son meras utopías.
Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos
eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en
esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad.
Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando
se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de
justicia para todos, entra en «el campo de la más amplia
caridad, la caridad política»[165]. Se trata de avanzar
hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad
social[166]. Una vez más convoco a rehabilitar la
política, que «es una altísima vocación, es
una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el
bien común»[167].
181. Todos los compromisos que brotan de la Doctrina Social de la
Iglesia «provienen de la caridad que, según la
enseñanza de Jesús,
es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40)»[168].
Esto supone reconocer que «el amor, lleno de pequeños
gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y
se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo
mejor»[169]. Por esa razón, el amor no sólo se
expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en
«las macro-relaciones, como las relaciones sociales,
económicas y políticas»[170].
182. Esta caridad política supone haber desarrollado un sentido
social que supera toda mentalidad individualista: «La caridad
social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar
efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no
sólo individualmente, sino también en la dimensión
social que las une»[171]. Cada uno es plenamente persona cuando
pertenece a un pueblo, y al mismo tiempo no hay verdadero pueblo sin
respeto al rostro de cada persona. Pueblo y persona son términos
correlativos. Sin embargo, hoy se pretende reducir las personas a
individuos, fácilmente dominables por poderes que miran a
intereses espurios. La buena política busca caminos de
construcción de comunidades en los distintos niveles de la vida
social, en orden a reequilibrar y reorientar la globalización
para evitar sus efectos disgregantes.
Amor efectivo
183. A partir del «amor social»[172] es posible avanzar
hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos
convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un
mundo nuevo[173], porque no es un sentimiento estéril, sino la
mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos. El
amor social es una «fuerza capaz de suscitar vías nuevas
para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar
profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones
sociales y ordenamientos jurídicos»[174].
184. La caridad está en el corazón de toda vida social
sana y abierta. Sin embargo, hoy «se afirma fácilmente su
irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades
morales»[175]. Es mucho más que sentimentalismo subjetivo,
si es que está unida al compromiso con la verdad, de manera que
no sea «presa fácil de las emociones y las opiniones
contingentes de los sujetos»[176]. Precisamente su
relación con la verdad facilita a la caridad su universalismo y
así evita ser «relegada a un ámbito de relaciones
reducido y privado»[177]. De otro modo, será
«excluida de los proyectos y procesos para construir un
desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre
saberes y operatividad»[178]. Sin la verdad, la emotividad se
vacía de contenidos relacionales y sociales. Por eso la apertura
a la verdad protege a la caridad de una falsa fe que se queda sin
«su horizonte humano y universal»[179].
185. La caridad necesita la luz de la verdad que constantemente
buscamos y «esta luz es simultáneamente la de la
razón y la de la fe»[180], sin relativismos. Esto supone
también el desarrollo de las ciencias y su aporte insustituible
para encontrar los caminos concretos y más seguros para obtener
los resultados que se esperan. Porque cuando está en juego el
bien de los demás no bastan las buenas intenciones, sino lograr
efectivamente lo que ellos y sus naciones necesitan para realizarse.
La actividad
del amor político
186. Hay un llamado amor “elícito”, que son los actos que
proceden directamente de la virtud de la caridad, dirigidos a personas
y a pueblos. Hay además un amor “imperado”: aquellos actos de la
caridad que impulsan a crear instituciones más sanas,
regulaciones más justas, estructuras más solidarias[181].
De ahí que sea «un acto de caridad igualmente
indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la
sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la
miseria»[182]. Es caridad acompañar a una persona que
sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin
tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones
sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a
cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le
construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda
a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y
ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su
acción política.
Los desvelos
del amor
187. Esta caridad, corazón del espíritu de la
política, es siempre un amor preferencial por los
últimos, que está detrás de todas las acciones que
se realicen a su favor[183]. Sólo con una mirada cuyo horizonte
esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la
dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su
inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por
lo tanto verdaderamente integrados en la sociedad. Esta mirada es el
núcleo del verdadero espíritu de la política.
Desde allí los caminos que se abren son diferentes a los de un
pragmatismo sin alma. Por ejemplo, «no se puede abordar el
escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de
contención que únicamente tranquilicen y conviertan a los
pobres en seres domesticados e inofensivos. Qué triste ver
cuando detrás de supuestas obras altruistas, se reduce al otro a
la pasividad»[184]. Lo que se necesita es que haya diversos
cauces de expresión y de participación social. La
educación está al servicio de ese camino para que cada
ser humano pueda ser artífice de su destino. Aquí muestra
su valor el principio de subsidiariedad, inseparable del principio de
solidaridad.
188. Esto provoca la urgencia de resolver todo lo que atenta contra los
derechos humanos fundamentales. Los políticos están
llamados a «preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los
pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y
ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y
privatista que conduce inexorablemente a la “cultura del descarte”. […]
Significa hacerse cargo del presente en su situación más
marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad»[185].
Así ciertamente se genera una actividad intensa, porque
«hay que hacer lo que sea para salvaguardar la condición y
dignidad de la persona humana»[186]. El político es un
hacedor, un constructor con grandes objetivos, con mirada amplia,
realista y pragmática, aún más allá de su
propio país. Las mayores angustias de un político no
deberían ser las causadas por una caída en las encuestas,
sino por no resolver efectivamente «el fenómeno de la
exclusión social y económica, con sus tristes
consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y
tejidos humanos, explotación sexual de niños y
niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución,
tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional
organizado. Es tal la magnitud de estas situaciones y el grado de vidas
inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda tentación de
caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las
conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente
efectivas en la lucha contra todos estos flagelos»[187]. Esto se
hace aprovechando con inteligencia los grandes recursos del desarrollo
tecnológico.
189. Todavía estamos lejos de una globalización de los
derechos humanos más básicos. Por eso la política
mundial no puede dejar de colocar entre sus objetivos principales e
imperiosos el de acabar eficazmente con el hambre. Porque «cuando
la especulación financiera condiciona el precio de los alimentos
tratándolos como a cualquier mercancía, millones de
personas sufren y mueren de hambre. Por otra parte, se desechan
toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo.
El hambre es criminal, la alimentación es un derecho
inalienable»[188]. Mientras muchas veces nos enfrascamos en
discusiones semánticas o ideológicas, permitimos que
todavía hoy haya hermanas y hermanos que mueran de hambre o de
sed, sin un techo o sin acceso al cuidado de su salud. Junto con estas
necesidades elementales insatisfechas, la trata de personas es otra
vergüenza para la humanidad que la política internacional
no debería seguir tolerando, más allá de los
discursos y las buenas intenciones. Son mínimos impostergables.
Amor que
integra y reúne
190. La caridad política se expresa también en la
apertura a todos. Principalmente aquel a quien le toca gobernar,
está llamado a renuncias que hagan posible el encuentro, y busca
la confluencia al menos en algunos temas. Sabe escuchar el punto de
vista del otro facilitando que todos tengan un espacio. Con renuncias y
paciencia un gobernante puede ayudar a crear ese hermoso poliedro donde
todos encuentran un lugar. En esto no funcionan las negociaciones de
tipo económico. Es algo más, es un intercambio de
ofrendas en favor del bien común. Parece una utopía
ingenua, pero no podemos renunciar a este altísimo objetivo.
191. Mientras vemos que todo tipo de intolerancias fundamentalistas
daña las relaciones entre personas, grupos y pueblos, vivamos y
enseñemos nosotros el valor del respeto, el amor capaz de asumir
toda diferencia, la prioridad de la dignidad de todo ser humano sobre
cualesquiera fuesen sus ideas, sentimientos, prácticas y aun sus
pecados. Mientras en la sociedad actual proliferan los fanatismos, las
lógicas cerradas y la fragmentación social y cultural, un
buen político da el primer paso para que resuenen las distintas
voces. Es cierto que las diferencias generan conflictos, pero la
uniformidad genera asfixia y hace que nos fagocitemos culturalmente. No
nos resignemos a vivir encerrados en un fragmento de realidad.
192. En este contexto, quiero recordar que, junto con el Gran
Imán Ahmad Al-Tayyeb, pedimos «a los artífices de
la política internacional y de la economía mundial,
comprometerse seriamente para difundir la cultura de la tolerancia, de
la convivencia y de la paz; intervenir lo antes posible para parar el
derramamiento de sangre inocente»[189]. Y cuando una determinada
política siembra el odio o el miedo hacia otras naciones en
nombre del bien del propio país, es necesario preocuparse,
reaccionar a tiempo y corregir inmediatamente el rumbo.
Más
fecundidad que éxitos
193. Al mismo tiempo que desarrolla esta actividad incansable, todo
político también es un ser humano. Está llamado a
vivir el amor en sus relaciones interpersonales cotidianas. Es una
persona, y necesita advertir que «el mundo moderno, por su misma
perfección técnica tiende a racionalizar, cada día
más, la satisfacción de los deseos humanos, clasificados
y repartidos entre diversos servicios. Cada vez menos se llama a un
hombre por su nombre propio, cada vez menos se tratará como
persona a este ser, único en el mundo, que tiene su propio
corazón, sus sufrimientos, sus problemas, sus alegrías y
su propia familia. Sólo se conocerán sus enfermedades
para curarlas, su falta de dinero para proporcionárselo, su
necesidad de casa para alojarlo, su deseo de esparcimiento y de
distracciones para organizárselas». Pero «amar al
más insignificante de los seres humanos como a un hermano, como
si no hubiera más que él en el mundo, no es perder el
tiempo»[190].
194. También en la política hay lugar para amar con
ternura. «¿Qué es la ternura? Es el amor que se
hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del
corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos. […]
La ternura es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres
más valientes y fuertes»[191]. En medio de la actividad
política, «los más pequeños, los más
débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen
“derecho” de llenarnos el alma y el corazón. Sí, ellos
son nuestros hermanos y como tales tenemos que amarlos y
tratarlos»[192].
195. Esto nos ayuda a reconocer que no siempre se trata de lograr
grandes éxitos, que a veces no son posibles. En la actividad
política hay que recordar que «más allá de
toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro
cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola
persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo
ser pueblo fiel de Dios.
¡Y alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el
corazón se nos llena de rostros y de nombres!»[193]. Los
grandes objetivos soñados en las estrategias se logran
parcialmente. Más allá de esto, quien ama y ha dejado de
entender la política como una mera búsqueda de poder
«tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos
realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones
sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor
a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde
ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una
fuerza de vida»[194].
196. Por otra parte, una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos
cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta
en las fuerzas secretas del bien que se siembra. La buena
política une al amor la esperanza, la confianza en las reservas
de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todo. Por
eso «la auténtica vida política, fundada en el
derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva
con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada
generación encierran en sí mismos una promesa que puede
liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales
y espirituales»[195].
197. Vista de esta manera, la política es más noble que
la apariencia, que el marketing, que distintas formas de maquillaje
mediático. Todo eso lo único que logra sembrar es
división, enemistad y un escepticismo desolador incapaz de
apelar a un proyecto común. Pensando en el futuro, algunos
días las preguntas tienen que ser: “¿Para qué?
¿Hacia dónde estoy apuntando realmente?”. Porque,
después de unos años, reflexionando sobre el propio
pasado la pregunta no será: “¿Cuántos me
aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una
imagen positiva de mí?”. Las preguntas, quizás dolorosas,
serán: “¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en
qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la
vida de la sociedad, qué lazos reales construí,
qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social
sembré, qué provoqué en el lugar que se me
encomendó?”.
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Parte siguiente de esta serie:
NOTAS (por
The M+G+R Foundation)
(1) Fuente original y
oficial: Texto
de la Carta Encíclica "Fratelli Tutti" en Español en el
sitio del Vaticano
(2) Notas
sobre el formato:
* Nuestros resúmenes y
comentarios (The M+G+R Foundation)
son los destacados
en
letra itálica y color azul.
* Los títulos de sección son propios del original.
* Hemos destacado en negrita
las palabras clave relacionadas con "fraternidad", "hermanos", "padre",
"unión mundial", "globalismo", "economía", "cultura" y
similares, así como también otras palabras clave que
puedan servir de puntos de referencia para poder hacer un seguimiento
visual del texto.
* Y en color
rojo
las apariciones de las palabras "Dios", "Fe", "Jesús",
"Evangelio", "Biblia", "cristiano", "católico" y similares.
* Los números entre corchetes como [35] proceden del original y
se corresponden con citas que el lector puede encontrar al pie del
documento original del Vaticano.
Fecha oficial de
publicación de la Encíclica por el Vaticano: 3 de Octubre
de 2020
Publicación de esta
Reproducción Comentada de la Encíclica: 10 de Marzo
(Parte 1) y 22 de Junio de 2021 (resto de partes)
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